27 Mar ¿Por dónde empezar a ordenar nuestras emociones?
El primer principio de una relación de crecimiento personal y de estilo de vida emocionalmente saludable, es hacernos responsables de nosotros mismos, para poder asumir los retos de la vida con la máxima eficiencia, reconocer los errores de nuestras estrategias, y aprender de ellos sin rencores ni culpas.
Esto no es una enseñanza contemporánea. Lao Tsé (s VI y V AC), fundador del taoísmo, ya decía que los hechos actuales de la vida de un hombre tienen su origen en sucesos anteriores, no son el resultado espontáneo del presente. Todo lo existente deviene de hechos pasados. El Universo funciona con unas reglas, un orden (el Tao), una Ley Eterna entre lo concreto, y lo abstracto que nos lleva a un cambio perpetuo que hemos de aceptar, a través de la integración de la dualidad de las energías.
Esto es una primera pista para estudiarnos y conocernos. Somos como somos, porque venimos de dónde venimos: de un país, de una familia, de unas experiencias que han conformado muchas rutas inconscientes.
De igual manera, Sun Tzu (722-485 AC), en su tratado “El arte de la Guerra”, hace constantes referencias a la necesidad de conocerse a sí mismo antes de entablar cualquier batalla frente al adversario (incluida la interna). Este libro es un claro ejemplo de cómo abordar la resolución de conflictos desde la gestión del estrés.
Bert Hellinger, padre del Coaching Sistémico, ofrece una metodología para iniciar ese camino de conocimiento y ordenación interiores. Voy a exponer su propuesta, ya que, bajo mi punto de vista, es la más clara y eficiente que he encontrado hasta el momento para reorganizar interiormente unos conceptos que manejamos de forma errónea habitualmente a la hora de relacionarnos con nosotros mismos y con el entorno, y que genera continuos desequilibrios entre lo que creemos que necesitamos, lo que buscamos, y por tanto, lo que encontramos.
Estos desequilibrios van sumergiéndonos poco a poco en una maraña de frustración y estrés en distintas áreas de nuestra vida que indefectiblemente están interconectadas.
El resultado es que estamos cansados, enfadados con nosotros mismos, con nuestras relaciones, con nuestros resultados, con la vida. El cuerpo suele llevar la cuenta. Y tampoco le hacemos mucho caso. Por eso apareen síntomas de disfunción.
Bert Hellinger (Baden, Alemania, 1925), filósofo, teólogo, psicoterapeuta (especialista en dinámica de grupos, psicoanálisis, terapia primal, psicodrama, hipnosis, análisis transaccional, terapia Gestalt, programación neurolingüística y terapia familiar sistémica), padre del Coaching Sistémico, plantea que el origen de nuestros desequilibrios vienen fundamentalmente de no respetar tres principios, tres leyes que en sociedades tribales y ancestrales, se observan con rigurosidad y respeto.
Bert Hellinger estudió durante 15 años el comportamiento de los zulús en África, donde estuvo como profesor de escuela en una aldea del Congo. Observó que los individuos de la tribu no presentaban los problemas emocionales tan frecuentes en las sociedades occidentales desarrolladas.
En las sociedades tribales los ritos marcan una evolución a nivel corporal, espiritual y jerárquica (el paso de niño a hombre, de hombre a guerrero), que permiten un ordenamiento social, y organizacional, adquirido por derecho al haber superado el rito, además, de una conexión corporal que se ha perdido en las sociedades occidentales.
Por ejemplo, hasta que no se ha cazado un león, no se adquiere el derecho de ser considerado un guerrero. Y sólo los guerreros forman parte del consejo de sabios. Nadie puede pretender tomar una decisión sin haberse ganado el derecho de pertenecer al consejo de sabios.
En las sociedades occidentales, el inicio de la menstruación (paso de la niñez a la fertilidad), es un trámite que se aborda desde el punto de vista higiénico y de prevención sexual, lo cual desconocta a las mujeres de su cuerpo y de su sexualidad.
Los bautizos, comuniones, casamientos, son más un escaparate social que la celebración espiritual de su naturaleza primitiva.
Las leyes del orden (órdenes del amor) de Bert Hellinger
Bert Hellinger observa que existen tres reglas fundamentales que garantizan el mantenimiento de un orden, interno, familiar y social, y que él denomina “Leyes del Orden o Leyes del Amor”. El denominador común de estas tres leyes es que se incumplen, cada una de ellas, o varias, por un exceso, o una carencia de amor de los miembros del sistema.
En las sociedades modernas, no se suelen respetar alguna de estas tres reglas, o ninguna, ya sea de manera consciente, o inconsciente. Esta es la causa de todos nuestros desórdenes de orden emocional, afectivo, profesional, económico, y en el ámbito de la salud.
Hellinger compara el amor a un río, si el río tiene demasiada agua, causa inundaciones, y si el río lleva poca agua, el cauce está casi seco y no sirve para el riego. Mantener el río en su cauce es lo que garantiza el riego correcto, poner límites al amor, es lo que garantiza la felicidad emocional de los individuos ya que no va a causar actos de consecuencias graves para nuestras vidas. Las Leyes del Orden garantizan ese orden a través de unos límites, unas consignas.
Ley 1: Ley de Pertenencia
Todo el mundo tiene un padre, y una madre, aunque no los conozca. Todo el mundo tiene una familia de origen, con una carga hereditaria muy específica (tanto genética, como emocional) que viene por la línea materna, y por la paterna.
Por desgracia, aunque no hayan ocurrido sucesos traumáticos con nuestros padres (separaciones, malos tratos, sucesos graves), nos vamos desconectando de ellos a lo largo de la vida, porque no les vemos lo suficientemente competentes en alguna materia: o no nos han educado como debían, o podrían haber sido más empáticos, o no me quieren lo suficiente, o son muy egoístas, o mi madre es débil, o mi padre no se esfuerza, o le engaña todo el mundo, o solo le importa su trabajo, o mis padres no tienen ni idea de esto…por poner algunos ejemplos de desconexión. Nos relacionamos con ellos, aún sin ser conscientes, desde el reproche.
Esto es lo que nos hace perder fuerza, confianza, y seguridad en la vida. Nuestros referentes, nuestros límites superiores, que son nuestros padres, “no son lo suficientemente buenos para mí”. Esto es el motivo de la depresión “la falta de presión”, de la falta de autoestima, y de pánicos varios. Como niños, no nos sentimos seguros porque los que nos protegen, nuestros padres, “no están a la altura”… Esta falta de respeto sería inadmisible entre los zulús.
Esto hace que les “excluyamos”, explícita, o implícitamente de nuestros corazones, de nuestras vidas. Si en las familias ocurren sucesos muy graves, como abandonos, violencias físicas, psíquicas, robos, etc… la exclusión que hacemos de nuestros padres es inmediata. No hablamos de ellos, o hablamos mal, no les damos ningún reconocimiento, ni el de habernos dado la vida, ya que el dolor de nuestra alma es inmenso.
Cuando hablamos del resto del clan familiar, tíos, hermanos, abuelos, etc, las peleas, rencores, reproches, malos entendidos, burlas, hacen que nos apartemos de ellos, excluyéndolos de nuestras vidas. Excluimos a la que ha abortado, al tacaño, al homosexual, a la madre soltera, al promiscuo, al alcohólico, al vago, al que tiene otras ideas políticas… Nos erigimos en jueces, y verdugos.
No se puede excluir a ningún miembro de nuestra familia (y por extensión, a nadie de ningún sistema al que pertenecemos: el de amistades, el laboral, etc…) haya hecho lo que haya hecho. Esto es muy duro de aceptar a veces porque ocurren cosas que nos revuelven a todos el alma.
Lo cierto es que todo tiene una razón oculta de suceder, y no está siempre a nuestro alcance poder entenderlo. Eso no quiere decir que si alguien ha cometido un delito, no lo tenga que pagar, pero indefectiblemente esa persona es hijo o hija de un padre, y de una madre, y pertenece a un sistema de por vida, nos guste o no.
Bert Hellinger, a través de casi 50 años de investigación con casos prácticos, ha demostrado que excluir a un miembro del sistema, o no respetar a nuestros padres, tiene una trascendencia y una repercusión negativa impredecible en nuestro sistema familiar, y en los siguientes, ya que alguien de nuestra generación “va a querer mirar a esa persona”, es decir, que se va a sentir irremediablemente atraída, fascinada de manera inconsciente por la historia, el destino del excluido y va a reproducir su mismo patrón de comportamiento como una especie de “método de compensación” para mostrarle que él o ella si le da su sitio en la familia.
Y este fenómeno explica que en todas las familias, hay una “oveja negra”. Cuando un individuo, en la niñez o la edad adulta, muestra un comportamiento radicalmente distinto al que la familia tolera, es que precisamente está llamando la atención para que se le de un sitio a una persona a la que se dejó de respetar.
Son innumerables los ejemplos que puedo poner, pero voy a citar el siguiente. En una familia estructurada, donde la hija está en conflicto continuo con el padre, cuando éste se desvive por su familia, y no hay motivo aparente de enfado.
Muchas veces, estas hijas se han identificado inconscientemente con una novia anterior del padre, aún sin conocerla, a la que el padre dejó para estar con la madre de la niña. De manera totalmente inconsciente y sin tener datos previos, las niñas absorben el campo emocional del enfado de la novia despechada, ya que este campo emocional se ha trasladado de manera inconsciente a la relación entre la nueva pareja. Los “ex” suelen ser los excluidos del sistema, si la ruptura se hizo de manera traumática, por eso es muy importante poder finalizar las relaciones de una manera sana y sin rencores.
Por lo tanto, para garantizar una vida emocional armoniosa, hay que guardar siempre un gran respeto por nuestros padres, y los miembros de nuestro sistema familiar (eso no quiere decir que tengamos forzosamente que estar de acuerdo con todo lo que hagan). No se puede excluir a nadie.
Ley 2: Ley de la Prevalencia o Jerarquía
Es una sencilla ley que dice que el primero que llega a un sistema, prevalece sobre los que llegan detrás, tiene prioridades.
OJO: en el mundo empresarial, la única jerarquía que existe es la del puesto que se ocupa profesionalmente, El último que llega a la empresa puede ser el elemento más importante de la misma en función de su puesto.
En un sistema familiar, por tanto, los padres siempre tendrán más autoridad que los hijos, y los hijos mayores tendrán más autoridad que los pequeños. Cuando alguien ocupa un lugar, un puesto mayor que el suyo (cuando alguien asume las responsabilidades de un miembro mayor), se producen graves perturbaciones en el funcionamiento del sistema y para la vida emocional del individuo.
Voy a citar casos reales muy frecuentes:
Ejemplo 1: los hijos que les dicen a los padres lo que tienen que hacer. Ellos se están colocando en el lugar de padres de sus padres. “Papá, no tomes esto, que te sienta mal”. “Mamá tienes que…” Cuando nuestros padres se hacen mayores, tenemos la tendencia a pensar que nosotros somos más modernos, estamos más capacitados para entender mejor, pensamos que “chochean”. No tenemos en cuenta que ellos estuvieron en la vida antes que nosotros, y que se desenvolvieron frente a muchos problemas. Subestimamos sus experiencias y talentos.
Ejemplo 2: no comunicar a un progenitor enfermo su diagnóstico real, por miedo a que no sea capaz de reaccionar adecuadamente. En realidad, estamos abortando una toma de consciencia de esta persona. Estamos negándole la posibilidad de que tome sus propias decisiones.
Ejemplo 3: caso del fallecimiento de la madre. Una de las hijas asuma las obligaciones y responsabilidades de esta madre. Esto trae graves repercusiones tanto para el padre, porque no deja sitio libre para otra relación con una mujer (el puesto de “su pareja” ya está ocupado por su hija) y para la hija, ya que al asumir el rol de su madre de forma inconsciente, deja de estar totalmente disponible para una relación con otro hombre, ya que “se ha casado con su padre”. Y viceversa, si en vez de la hija mayor, es el hijo mayor quien asume las responsabilidades del padre.
Esta es una de las causas frecuentes del “techo de cristal” en hombres y mujeres, que las variables no analizan. Una persona deja de alcanzar su máximo potencial porque en una edad temprana, ocupó un lugar “mayor” que no le correspondía donde las obligaciones pesaban mucho y no estaba preparada emocionalmente para asumirlas.
Ejemplo 4: atender a nuestros padres mayores, estando ellos en plenas facultades mentales y físicas. Dejamos de estar involucrados en nuestra pareja y dejamos de atender a nuestros hijos, que son más pequeños que nosotros y son los que realmente necesitan nuestra atención.
Ejemplo 5: los padres “amigos” de sus hijos. Los padres son siempre jerárquicamente superiores a los hijos. En un plano de igualdad con los hijos, de “amigos“, dejan de ejercer su autoridad y debilitan profundamente a sus hijos. Los padres tienen la función de educar y mantener un bienestar emocional. Los amigos ya los elegirán ellos, Queriendo ser “amigos” de los hijos, les estamos confundiendo con los roles reales en la vida, y en el mundo laboral, tendrán muchas dificultades a la hora de entender que el “jefe” no es su “colega”.
Ejemplo 6: anteponer los hijos al marido. “para mi lo primero, son mis hijos”. La pareja llegó en primer lugar, y sin embargo a los hijos se les coloca en el lugar jerárquico del padre o de la madre. Ellos aprenderán a vincularse con sus parejas de manera equivocada, pues si volcamos en los hijos el afecto que no somos capaces de darle a sus padres, en un futuro, demandarán a sus parejas que les de lo que su padre o su madre le daba… serán futuros niños y niñas de papá o mamá, y en el mundo laboral, de nuevo se enfrentarán con techos de cristal.
Ejemplo 7: tratar a la pareja como a un niño/a, La falta de confianza en nuestra pareja hace que tengamos que supervisar tareas, indicar como se hacen, las tareas cotidianas que consideramos que nosotros hacemos bien. Nuestra pareja es nuestra igual, porque llegamos ambos al mismo tiempo a ese vínculo. Hacer otro papel, no respetar su esencia, su libertad para gestionarse a si mismo, nos debilita a nosotros, les debilita a ellos, que se ven minusvalorados, y debilita el vínculo.
Podría citar innumerables ejemplos de desorden jerárquico, cotidianos, que empiezan en el ámbito familiar de origen, y que luego trasladamos a todos los demás campos de nuestra vida, incluido el laboral, donde se trasladan dichos desórdenes. No ocupar el lugar que nos corresponde en nuestra familia hace que luego “triangulemos” en la empresa, y tampoco ocupemos el lugar que se nos asigna. Las personas que se consideran más válidas que sus jefes, probablemente sean personas que están desubicadas sin saberlo y que generen muchos conflictos entre sus compañeros y superiores.
Es muy importante ser consciente del lugar que ocupamos en nuestra familia de origen y comprobar que estamos ocupando el que nos corresponde en las demás áreas. Probablemente podamos entender porque no nos salen las cosas como queremos, y descubrir un techo de cristal.
Ley 3: Ley de Intercambio en Equilibrio
La tercera y última Ley del Orden de Bert Hellinger es la Ley del Intercambio en Equilibrio, que es lo que garantiza la supervivencia de una relación, personal y laboral: “yo estoy en esta relación porque recibo algo que me compensa lo suficiente como para permanecer”. Este intercambio no es CUANTITATIVO, sino CUALITATIVO. Esto quiere decir la relación ES EQUILIBRADA, estamos “sacrificando” o “renunciando” a ciertas cosas a cambio de obtener otras, a nivel consciente o inconsciente. Cuando el intercambio deja de compensar, entonces la relación se rompe.
Es muy frecuente escuchar quejas en el sentido de que estamos padeciendo una injusticia, donde un individuo se posiciona como el que más da, y posiciona al contrario como el que más recibe, y que no valora lo suficiente lo que le damos.
Cuando nos quedamos en una relación, estamos recibiendo lo suficiente para permanecer en ella. Cuando esto deja de ser suficiente, uno se va. Esto ocurre en todos los ámbitos relacionales. La queja solo es un postureo para permanecer en la zona de confort, justificar nuestro sufrimiento, evitar tomar la responsabilidad de encontrar un futuro mejor, y evitar darnos cuenta de que tal vez, lo que nosotros creemos que somos, o que valemos en el plan profesional, no se corresponde a la realidad. En definitiva, la queja, revictimiza. Es un juego muy peligroso.
En este sentido, quiero hacer un breve comentario sobre las dinámicas de maltrato.
En los casos de maltrato, este intercambio es complicado de entender para los que no están dentro de la relación, pero existe igualmente una dinámica muy codependiente de las personas involucradas en una relación así.
La persona que soporta o que parece ser más vulnerable y acepta el “maltrato”, está recibiendo también algo de valor por parte del “maltratador” aunque a ojos del resto parezca inverosímil. Sin embargo, todos sabemos lo difícil que es erradicar el maltrato precisamente por un encubrimiento de las que lo padecen, que si bien en parte puede parecer fruto del miedo, está justificado sobre todo por una codependencia emocional muy intensa.
Te invito a que reflexiones profundamente sobre las relaciones en las que sientas que no recibes lo que mereces,
Si observamos el cumplimiento de estas tres reglas de oro en nuestra vida:
- Profundo respeto a los padres, a los mayores, y no exclusión de nadie.
- Respeto de la jerarquía, y del lugar que ocupamos en la familia.
- Darnos cuenta que todas las relaciones que mantenemos están en equilibrio, y que la queja no es más que un “postureo”.
Dejaremos de padecer un estrés innecesario, sentiremos mucha paz en el cuerpo, y podremos tener relaciones DE ADULTOS, entre ADULTOS, y ser conscientes que lo que elegimos, tiene compensaciones también OCULTAS.
El equilibrio está en hacer esta revisión diariamente. Vamos a tender inevitablemente a saltarnos alguna de estas reglas, pero si dedicamos unos minutos de nuestro día a revisar los parámetros que no nos están funcionando, y los sometemos a estas leyes, enseguida encontraremos las respuestas. Otra cosa es que no cueste aceptarlas.
No Comments