07 May El aborto espontáneo y el aborto intencionado
… y sus consecuencias emocionales en la mujer, pareja, familia y en la sexualidad.
Una interrupción del embarazo (aborto) deseada o espontánea, causa siempre una profunda secuela en la conciencia, en el físico, en la energía y en el alma. En un aborto siempre existe un antes y un después para la mujer, en la pareja y en la familia.
1. El aborto espontáneo
Aunque el aborto se produzca a los pocos días o pocas semanas de gestación, la madre ya ha podido establecer un vínculo muy profundo con el feto tanto físico como emocional. Es una relación distinta a la que experimenta el padre que aunque también soporta un revés, estableciendo un duelo diferente que manifiesta de forma distinta, lo cual puede generar conflictos severos en la pareja, ya que la mujer que aborta puede sentir que su pareja actúa de forma menos sentida, más fría.
Los sentimientos que aparecen en la madre son muy diversos y complejos. Pueden aparecer de forma consciente y la madre los expresa y los llora; o inconsciente, siendo absorbidos y somatizados con otros síntomas (apatía, malestar, estrés y/o síntomas físicos como dolores corporales).
El desconcierto motivado por la sorpresa y el shock, la culpa de no haber hecho algo bien o de no tener las condiciones físicas adecuadas, el duelo por el hijo no nacido, el miedo por las dudas a que se reproduzca el suceso… forman una maraña de sentimientos que se unen al bajón súbito de hormonas.
Incluso cuando la madre en un aborto espontáneo no sabía que estaba embarazada o no le venía bien haberse quedado embarazada, siente un “algo” en su interior y se llega a consolar con un frecuente “total, no lo sabía, así que para mí es igual no tenerlo” o “madre mía otro niño, no podría con él”. Se pueden tener sentimientos contradictorios ya que el ser humano no es racional. Lo importante en estos casos es reconocerlos todos y eso no es fácil. Se puede sentir sorpresa y resignación. Se puede sentir pena y a la vez alivio.
Cuando la pareja sufre un aborto espontáneo se produce una fisura entre ellos porque una parte de ellos no ha podido salir adelante, no ha podido sobrevivir, se ha muerto. Existe dolor en las dos partes pero en el caso de la mujer se vive de manera muy diferente por las razones que he expuesto anteriormente; primero de orden físico y energético por el vínculo que ya ha establecido con el feto que el hombre no ha experimentado, segundo de orden emocional por la multitud de sentimientos a veces antagónico de la madre y por último por razones fisiológicas, las hormonas que súbitamente decaen.
El hombre experimenta el duelo desde la parte emocional únicamente. Su proceso no abarca el campo físico ni tampoco el hormonal y no le permite compartir el proceso de ella en su totalidad, no la puede sostener enteramente ni puede tampoco darle el soporte que necesita en algunos casos. La mujer al no sentirse comprendida o respetada, puede llegar a replegarse sobre sí misma y retirarse de la pareja sin que la otra parte entienda lo que está sucediendo.
2. El aborto intencionado
Existen innumerables razones por las cuales una mujer decide interrumpir su embarazo:
- por motivos de salud para ella y el bebé.
- por supervivencia tanto física: en un país donde el adulterio se condena con la pena de muerte por ejemplo.
- por motivos emocionales: no estar preparada psicológicamente por tener un entorno precario a nivel afectivo, por haber sufrido una agresión sexual…
- por razones económicas.
- por imposición del entorno, pareja o familia.
En estos casos, la situación emocional suele ser muy compleja para la mujer: miedo, culpa y a la vez liberación, conforman un complicado entramado que no se resuelve de manera espontánea y que puede traer graves secuelas traumáticas, tanto en el momento donde se produce el acto como en los posteriores, como por la dificultad que puede conllevar reanudar una vida “como si no hubiera pasado nada”. Por suerte o por desgracia, “Sí que ha pasado” y es muy recomendable un acompañamiento, una ayuda profesional, para integrar muy bien todo lo que rodea la interrupción intencionada de ese embarazo y paliar las secuelas emocionales que a veces pasan desapercibidas incluso durante años. Digo bien interrupción intencionada, porque tal vez no sea del todo voluntaria cuando la madre se ve obligada a ello.
La decisión última del aborto corresponde siempre a la mujer y es la que lleva la mayor carga de responsabilidad en la interrupción de un embarazo. Es la “perpetradora final”.
La dinámica más frecuente que se observa en mujeres que han abortado intencionadamente es de un dolor muy profundo y de una gran culpa, a pesar de su deseo de abortar. A pesar de romper una relación física madre-feto, no se logra borrar un vínculo traumático que va a durar toda la vida entre la madre, el no nato y, por supuesto el padre, que puede seguir presente o desaparecer para siempre. En estos casos la sensación de “haberse lavado las manos” del asunto para él es real pero no así para la otra parte.
En el caso en que una pareja decide interrumpir un embarazo, ésta sufre grandes cambios. El papel de perpetradora lo asume ella, como he dicho antes, y esa es una carga muy pesada. Esta decisión pertenece a una dimensión que un hombre no puede alcanzar. El hombre tal vez lo haya apoyado pero en cualquier caso, se descarga completamente del acto en sí. Al fin y al cabo, quien pasa por un quirófano, quien se tiene que reponer y quien sufre una cicatriz en el cuerpo de por vida es la mujer. Pasar por este trámite puede generar animadversión hacia la pareja, más aún si después se diera la circunstancia de un arrepentimiento por cualquiera de los dos o por ambos.
En el caso en que una mujer no se sienta apoyada por su pareja y se vea presionada u obligada a interrumpir su embarazo, también ocasiona una ruptura, al menos emocional, con la pareja que puede traducirse en separación física ya que los sentimientos de rencor y abandono campan a sus anchas deteriorando seriamente la relación.
Si es la mujer quien toma la decisión sin el consentimiento de la pareja u ocultándoselo, la ruptura también se produce por la falta de confianza entre ambos y la sensación de engaño, lo cual convierte a la abortadora en doblemente perpetradora por “traición” y “ejecución de la jugada”.
Cuando una niña o una mujer no cuentan con el apoyo de su familia (agravado por el hecho de que tal vez no tengan tampoco el apoyo del padre del bebé), los lazos familiares y el apego a los propios padres se ve alterado adoptando múltiples variantes. “Mis padres me obligaron a abortar, mi familia me obligó a abortar” rompe vínculos emocionales fundamentales para volver a poder restablecer la autoestima, la confianza en una pareja estable, la confianza en la familia y, por tanto, la confianza en el futuro.
“La función de la supresión de la sexualidad infantil y adolescente es facilitar a los padres la sumisión de los niños a su autoridad”.
Wilhelm Reich
3. Consecuencias en la familia. La importancia de incluir a los no nacidos en el sistema.
Es importante que los padres siempre incluyan a los hijos no nacidos entre sus hijos, inclusive cuando han tenido de otras parejas hijos no natos y tengan nuevas parejas. Por ejemplo, si en una pareja anterior existió un aborto pero ningún hijo vivo y se emprende una nueva relación, se aporta a esta nueva relación un hijo no nacido. Los sistemas familiares actuales son muy complejos y no se puede entender la dinámica de una pareja, de la naturaleza que sea, si no se incluyen todos los elementos que traemos a ella, ya que todos tienen una influencia oculta en la armonía del nuevo sistema.
Todos los hijos cuentan, nacidos o no, todos pertenecen al sistema familiar (ver artículo, ¿Por dónde empezar a ordenar las emociones?, apartado la Jerarquía). Un niño que nace detrás de un aborto, obviamente no nace con la misma energía que un primogénito o uno vivo. Para empezar, la madre vive ese embarazo con el duelo del primero, con todos los miedos y emociones no resueltas que traslada al siguiente hijo. En segundo lugar, es importante saber el lugar jerárquico que uno tiene en la familia porque si uno no sabe el lugar que ocupa en la familia de origen, tendrá dificultades para encontrar su lugar en la vida. En tercer lugar, un niño que nace después de un no nacido puede desarrollar un determinado tipo de tendencias (OJO: NO LO ESTOY AFIRMANDO, estoy diciendo que existe esa posibilidad): o vivir la vida por dos y ser un niño “todoterreno”, o no sentir que tiene permiso para vivir y desarrollar trastornos de salud y psicológicos. Los casos más frecuentes que he visto en mi consulta son niños que han tenido sobre todo intolerancias alimenticias, problemas de conducta, hiperactividad, problemas de ansiedad y problemas de salud (niños que se enferman constantemente).
Una mujer o un hombre que ha abortado, al entrar en otra relación de pareja debe contabilizar al no nacido igual que si estuviera vivo. No incluirlo causará a futuro energías distorsionantes en la nueva pareja. No se puede excluir a ningún individuo del sistema, ni por supuesto se pueden eliminar las secuelas emocionales derivadas de haber pasado por esta experiencia. Cuando se produce un aborto algo en la pareja muere. La pareja necesita una recolocación e incluso una separación.
4. La reconciliación.
Mi recomendación para todas las mujeres que han provocado un aborto es que reconcilien este acto en su vida, que traigan el no nacido a su memoria ya que todos tenemos derecho a pertenecer a nuestra familia, padre, madre y hermanos. Traerlo e integrarlo en su corazón con amor: “querido hijo, tú también perteneces, tú también cabes en mi corazón”.
Es un acto íntimo que se puede acompañar de un rito personal de cierre con el encendido simbólico de una vela, con una conversación íntima con el alma del que no nació o con lo que cada cual sienta en su cuerpo que necesita de forma espiritual. Este rito vuelve a reconectar a la mujer con su cuerpo y con aquella parte de ella misma que se desprendió al tomar la decisión. Si está acompañada de los agentes involucrados entonces la reconciliación será más inmediata pero en cualquier caso, lo importante es simplemente ritualizar y poder despedir con amor, compasión y generosidad un episodio doloroso. Liberar la culpa y el dolor. El cuerpo lo agradecerá inmediatamente y el alivio se mostrará a través de las lágrimas, el ritmo de la respiración y una profunda paz y reconciliación con la vida.
Hablar abiertamente de los abortos es sanador, descarga dolor y culpa, y automáticamente se produce una relajación en todos los miembros de la familia porque los secretos o los temas ocultos, no hacen más que incrementar la tensión familiar de manera sibilina. El gran psiquiatra francés Serge Tisseron, especialista en la los estragos que causan los secretos de familia, lo describe de manera magnífica en casi todas sus obras. (Ver “Nuestros Secretos de Familia”).
Los no nacidos siempre tienen que ser respetados, lo mismo que a las mujeres que han pasado por esta situación de forma voluntaria o involuntaria.
5. El rol de la sexualidad.
La interrupción de un embarazo siempre tiene efectos colaterales, visibles y desapercibidos. No se puede banalizar ninguna pérdida, menos aún una interrupción de un embarazo, más allá de todo prejuicio moral o ideales religiosos o políticos. No se puede criminalizar a ninguna mujer por tomar una decisión en un momento dado fruto de unas circunstancias que nadie que no esté metido dentro pueda entender. Nadie puede arrogarse el derecho de juzgar este acto ya que solo ven una parte de la historia. La otra está oculta. El dolor de la pérdida está oculto ante los ojos ajenos. Para la madre, este duelo se esconde detrás de otras prioridades como la supervivencia, pero siempre sale a la luz a través de determinadas conductas emocionales y síntomas físicos.
Una mujer no es un trozo de carne con ojos sin sentimientos. En esta sociedad donde no se celebran ni los ciclos de la naturaleza, ni los ciclos de la vida, donde no se le habla a las niñas de lo que significa menstruar, más allá de un acto higiénico o de prevención sexual. En una sociedad donde no se enseña a las niñas la importancia de respetarse a sí mismas, a conocer su cuerpo desde un punto de vista emocional y a cuidarlo desde esa parte, no podemos castigarlas luego ni criminalizarlas cuando toman la decisión de abortar.
A las mujeres siempre se nos ha enseñado la parte “sucia” de nuestra sexualidad. A que la menstruación es antihigiénica, a que debemos combatir nuestros “olores” íntimos (véase los anuncios publicitarios de los productos de higiene femenina), a que estamos presas de nuestra fisiología. Esa manera de acercarnos a nuestro cuerpo desde la mas tierna infancia genera prejuicios y desconexión. En mi opinión, es aberrante para toda la sociedad. Y por desgracia, es un tema que distintas religiones se han encargado de acuñar a fuego por generaciones.
Tenemos que empezar a educar a nuestros hijos de otra manera desde otra consciencia mucho más integradora. Tenemos que empezar a educar a las niñas haciéndolas conscientes de la dignidad de su cuerpo, de la celebración del paso a convertirse en mujeres, de la importancia del sexo dentro del respeto a sí mismas. Tenemos que enseñar a nuestras hijas a conectarse con su femineidad y todo lo que ello implica. Y a nuestros niños, a participar de este rito sagrado de ver crecer a una niña y transformarse en mujer. Desde la admiración y el respeto.
A los papás tenemos que invitarles a participar en esta fiesta, es un acontecimiento familiar como los nacimientos, como los bautizos, como los cumpleaños… No podemos separar el cuerpo del sexo y del alma. Ni el amor del placer y del respeto.
La educación sexual sin educación emocional, se queda corta. Emoción, sexualidad y embarazo van unidos. Muchas mujeres adultas viven totalmente desconectadas de su sexualidad y eso provoca muchas interrupciones de embarazos. Interrumpir un embarazo las desconecta todavía más de sí mismas.
Vivir el sexo plenamente no es consecuencia de tener relaciones consentidas con quien queramos. Carecemos de los fundamentos emocionales porque desde niños no nos enseñan a celebrarnos como seres humanos. Acumular experiencias sexuales no es sinónimo ni de plenitud sexual, ni de satisfacción sexual, ni de madurez sexual, ni de respeto sexual.
Vivimos de clichés sexuales. Nos los enseñan en la sociedad, en la familia. Lo que se ve en la tele, en internet o en los cines, nada tiene que ver con estar conectados con el propio cuerpo ni con el del otro. Únicamente se ven impulsos, instintos e imágenes estereotipadas, creadoras de imágenes mentales que intentamos encajara a nuestra realidad y vivencias, intoxicando nuestras expectativas y manera de tratarnos a nosotros mismos.
Tenemos multitud de figurillas de arte prehistórico (como las Venus paleolíticas por ejemplo) y de la antigüedad, mostrando el cuerpo desnudo de mujeres rebosando salud, sensualidad, femineidad y admiración (ver las estatuillas del arte precolombino representando a mujeres pariendo). Mujeres representando a las diosas de la vida. Claramente hemos retrocedido.
“Amar la sexualidad es amar la vida, la veneración de la creación de la vida, afirmación del triunfo de la vida sobre la muerte”.
Frederich Nitzsche
6. Conclusión.
Tenemos que enseñar la sexualidad, a mi modo de ver, de una manera más hermosa, más tribal, más ceremoniosa, con más delicadeza, para que nuestras niñas y mujeres puedan ser más dueñas de los procesos futuros que su cuerpo va a experimentar y lo puedan compartir con sus parejas de manera plena y exitosa. Así evitaremos muchos traumas y muchas interrupciones de embarazos. El mito Eva “la pecadora” tiene que desaparecer.
“La verdadera sexualidad no es el simple acercamiento de los sexos, sino el trabajo del hombre y la maternidad de la mujer”. Gregorio Marañón
No Comments