Vinculación Emocional a la pareja y su repercusión en los hijos
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vinculación emocional a la pareja

Vinculación Emocional a la pareja y su repercusión en los hijos

“Nunca por encima de ti, nunca por debajo de ti, siempre a tu lado”.

Walter Winchell

Los padres como modelo de pareja

La búsqueda de pareja, la vinculación afectiva con la pareja, o la manera de establecer lazos emocionales con la pareja, se aprende siempre en el sistema familiar de origen, en la familia en la que nacemos a través de la relación que mantienen nuestros padres y a través de la forma que tienen de tratarse y respetarse entre sí. Esto es a veces muy complicado de valorar, ya que a primera vista, puede parecer que discuten mucho y que por tanto tienen una relación conflictiva, o que no discuten nada y que por tanto su relación es sana. Sin embargo, en un análisis mucho más profundo, se puede descubrir que la pareja puede discutir y respetarse profundamente (a pesar de que los tonos o las palabras puedan resultar duras) o por el contrario, puede no discutir en absoluto y tener una relación tóxica. No es oro todo lo que reluce.

En primera instancia, los hijos aprenden a relacionarse con el mundo emocional de su madre. La madre es el mundo para el recién nacido. La relación afectiva entre la madre y el hijo es el modelo que se va a aprender en todas las relaciones de intercambio como modelo indiscutible hasta que el individuo descubra que necesita otras. Si nuestra madre es confiada e intrépida, esos sentimientos nos ayudarán a conseguir más fácilmente nuestros objetivos emocionales y personales. Si nuestra madre es temerosa, tendremos una percepción de mucha desconfianza con nuestros entornos.

 

“La relación con la madre es la más significativa de nuestra vida, la base sobe la que se construyen todas las demás relaciones”.

Bert Hellinger

 

Freud ya adelantó que buscamos mujeres con el perfil emocional de nuestra madre y que elegimos a hombres con el perfil emocional de nuestros padres. ¿Por qué? En nuestros hogares aprendemos a relacionarnos con dos tipos de personalidades: con la del padre, con el cual establecemos modelos similares de relación con otros hombres, y con la de nuestra madre, que será el futuro modelo de vinculación a las mujeres. Las mujeres aprendemos a ser mujeres tomando como referencia a nuestra madre y los hombres aprenden a ser hombres tomando como referencia a los padres.

Este es el prototipo de persona que nos atraerá por la simple y exclusiva razón de que son los modelos conocidos. Lo que es diferente o desconocido no nos atrae porque no sabemos cómo funciona, no sabemos gestionarlo aunque creamos lo contrario y los enfrentamientos se producirían constantemente. El cerebro siempre busca ahorrar energía y no va a invertir más esfuerzos en descubrir caminos nuevos pudiendo caminar tranquilamente por la ruta de siempre, aunque esta sea dolorosa.

Esta es una gran paradoja ya que es muy frecuente no desear a nuestro lado a un tipo de persona con rasgos que nos disgustaban profundamente de nuestros progenitores y sin embargo, caer en este tipo de personalidades. Esto a veces nos hace plantearnos si es que somos tontos, o porqué nos gusta lo que no nos conviene. La respuesta es sencilla: porque no sabemos relacionarnos de otra manera, somos expertos en gestionar un determinado tipo de emociones, las de la infancia. Por eso se dice que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.

Nuestras parejas tendrán mucho en común con nuestro padre o nuestra madre, en lo bueno o en lo menos bueno, y nosotros buscaremos personas con las que discutir, si nuestros padres discutían, hombres/mujeres no disponibles, si nuestro padre/madre por cualquier razón no pudieron seguir juntos; hombres/mujeres dominadores, si alguno de nuestros progenitores era más sumiso.

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Buscaremos parejas protectoras, controladoras, con éxito profesional, intelectuales, extrovertidas, introvertidas…según lo vivido en casa. Aunque a simple vista, nos parezca difícil de aceptar, si profundizamos un poquito vamos a reconocer en nuestras parejas las similitudes con el carácter de nuestros padres.

Los reproches

 

“El indignado se comporta como una víctima sin serlo”.

Bert Hellinger

 

En las relaciones de pareja, existen muchos reproches mutuos que la debilitan. Para fortalecer los vínculos afectivos con el otro, es muy importante ser conscientes de lo vivido en nuestros hogares, de profundizar con honestidad en el conocimiento de nosotros mismos para darnos cuenta de que estamos reproduciendo patrones de nuestros padres que incluso no nos gustan nada en ellos. La pareja es un espejo para crecer, para ponerse en cuestión, no para sentirse una víctima o una persona maltratada por el otro, más aún cuando la hemos elegido libremente por nuestra propia voluntad, obedeciendo a los intereses que teníamos en ese momento (necesidad de amor, comprensión, protección, autoestima, necesidades económicas, proyecciones de futuro).

Y más importante aún: si tenemos hijos, es fundamental hacernos responsables de la elección del padre o madre de nuestras criaturas y no desacreditar o quejarse de que nuestra pareja es la causante de nuestra falta de éxito y felicidad. Si lo hacemos, a medio y largo plazo, eso va a tener una consecuencia inevitable y desestabilizadora sobre los hijos.  La responsabilidad de éxito o de fracaso de una pareja es al 50%, ni más, ni menos. Atribuir a la pareja (o expareja) más culpa, es una actitud infantil e irresponsable por no querer asumir la responsabilidad de nuestras conductas.

 

“No hay peor perpetrador que una víctima con argumentos”.

Bert Hellinger

 

La pareja no es tu padre, ni tu madre

Cuando formamos pareja, solemos proyectar en ella todo lo que necesitamos y, de forma consciente e inconsciente, le pedimos que nos cubra todas nuestras carencias. Este es un gran error de base que cometemos todos: LA PAREJA NO TE LO PUEDE DAR TODO. Es imposible. ¿A quién le pedimos que nos lo de todo?. A nuestros padres. Formamos parejas desde una actitud de pedir, como el niño a sus papás.

Cuando oigo frases del tipo “Quiero a una persona que me haga reír, que me cuide, que me quiera, que me de estabilidad”, percibo claramente que esa persona no entra en una relación desde una posición de fortaleza ni de madurez. Con suerte, una vez pasado el efecto de las hormonas del placer que nos provoca el enamoramiento (oxitocina, serotonina, adrenalina, dopanima), que suele durar entre dos y tres años y en el que el sexo juega un papel muy vinculante, llega, “tristemente”, el aterrizaje a la realidad… Lo que antes nos llenaba, ahora es una sucesión de carencias porque la persona elegida no nos ha dado lo que parecía que tenía para nosotros.

Cuando el efecto dopamínico del enamoramiento ha pasado, llegan los desencuentros, los reproches, la falta de comunicación, los resentimientos. Antes, él/ella te entendía siempre. Ahora no entiende nada. Antes, él/ella tenía más detalles. Ahora pasa de todo. Antes todo eran sonrisas. Ahora todo son enfados, disgustos y lágrimas. Antes, no era así. Siempre fue así lo que ocurre es que no te interesaba verlo. Sin más.

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Elegir a la pareja desde nuestras carencias emocionales, desde la imagen idílica que proyectamos de la persona con la que estamos o desde la expectativa de tener una vida determinada, son frecuentes errores de base y de estrategia que conducen a la incesante búsqueda de un prototipo de persona que sólo existe en nuestra imaginación (calenturienta por defecto).

Si buscamos una persona protectora, porque en vez de una pareja buscamos a un padre o a una madre, tal vez esa persona tan protectora sea una celosa patológica, cuyas atenciones antes nos encantaban y ahora nos ahogan. Si buscamos una pareja cariñosa, resulta que al final buscamos a una persona insegura que no nos deja relacionarnos con nuestro entorno por miedo a perdernos. Si nos entra la prisa por formar familia, podemos llegar a buscar una pareja con el perfil más de madre o padre de nuestros hijos que a la persona que nos pueda acompañar realmente por otros caminos y de la que podamos nosotros mismos terminar convirtiéndonos en otro hijo o hija. O al revés, que se convierta en nuestro propio hijo o hija.

La relación de intercambio en la pareja es siempre interesada

Cuando buscamos cubrir espacios vacíos, después saldrán a la luz toda una serie de necesidades secundarias igualmente importantes para nuestra felicidad que acabaran acaparando nuestra vida a través de la queja y la insatisfacción.

La más frecuente: haber renunciado a un “montón de cosas”, “haberlo dado todo a cambio de nada”. Esta es la mentira más grande y más expandida de todas. Jamás se hace un intercambio si no vamos a recibir algo que lo compense, material o emocional,  El intercambio de “lo doy todo a cambio de nada” no existe. Todos los intercambios son en equilibrio (Ver artículo: ¿Por dónde empezar a ordenar nuestras emociones?)  y cuando no lo están, cualquier tipo de relación se rompe, ya sea afectiva o contractual.

Cuando las personas reprochan a sus parejas: “Ya no cumples el pacto. Yo hice mi parte y tú no lo hiciste”, ocurren básicamente tres cosas: la primera, que solo se es capaz de ver la parte que nos interesa. La del otro se menosprecia. Segundo: que es mucho más rentable hacer culpable al otro que romper la relación para buscar lo que uno “se merece de verdad”. Tercero: verse a uno mismo como víctima es una sensación extremadamente adictiva y difícil de romper que además tiene la ventaja de ganar puntos socialmente.

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Cada uno es víctima de sí mismo, de su falta de confianza, de su falta de autoestima y de sus carencias emocionales. Si uno se encuentra centrado puede perfectamente realizar un ejercicio de empatía o pedir ayuda a un profesional para encontrar sus fortalezas y tomar una decisión fuera del victimismo.

Cada persona tiene su particular sistema de intercambios y es muy difícil llegar a comprenderlos enteramente. En las relaciones de maltrato es complicado de ver, sin embargo si éste se produce hay que pararse a pensar qué es lo que gana la persona que, en principio, es la que pierde (la maltratada). Cada relación es un mundo que hay que analizar con sumo cuidado y nunca generalizar por la simple y sencilla razón de que cada persona viene de un sistema familiar determinado con formas de relacionarse completamente diferentes de otras.

Otra dinámica muy habitual, es la de esperar que la otra persona pueda modificar una conducta o cambiar o pensar que nosotros la podemos cambiar. La actitud de no ver al otro como es, no aceptarle y tratar de convertirla en otra persona es una falta de responsabilidad y de respeto que conducirá a medio o largo plazo a un estrepitoso fracaso sentimental. Esto, de nuevo, es la actitud del niño de pedir a sus padres.

El concepto de dar y el concepto de recibir no parece ser un proceso entre dos personas de capacidades iguales. En la pareja medimos todas nuestras acciones, lo que damos y lo que recibimos. En cualquier tipo de relación (heterosexual u homosexual), es muy importante encontrar un intercambio equilibrado entre el dar y el recibir. No se deben generar co-dependencias que deriven con el tiempo en un intercambio de reproches ni relaciones donde nos podamos sentir en inferioridad social, intelectual, emocional o económica.

 

“Ninguna persona involucrada en una relación debería sentir que para hacerla viable necesita renunciar a una parte esencial de sí misma”.

May Sarton

 

La búsqueda de parejas tras la ruptura

Al salir de relaciones dolorosas, es inevitable llevar con nosotros una especie de protección, de escudo, que nos impide relacionarnos de forma totalmente abierta con la siguiente pareja.

Es imprescindible atravesar ese dolor y sanarlo, para poder ser capaces de no esperar que la pareja siguiente nos cure, nos compense o lo que es peor, tenga la obligación moral de no decepcionaros. Es imposible no decepcionar a las personas porque es imposible cumplir todas las expectativas de los demás. Y si encima los demás están desequilibrados por algún trauma, tener que cumplir las expectativas de un desequilibrado es una misión imposible, además de peligrosa, insana y destructiva.

En las parejas donde uno de los dos es constantemente la víctima y el otro es constantemente el perpetrador se ve esto inmediatamente. A quien se sienta víctima de su pareja, le recomiendo que se responsabilice de su propia indefensión. Esto suele generar al principio un enorme enfado pero es una receta infalible para la felicidad.

 

“Una de las bases de la vida de pareja exitosa entre dos personas diferentes es que consideren que tienen el mismo valor. Cuando cada uno toma lo que el otro le da, nadie es mejor o menos que el otro. Se instaura una igualdad, una equivalencia y el orden se establece”.

Bert Hellinger

 

El dicho de “una mancha de mora con otra verde se quita” (sustitución inmediata de la pareja) es la estrategia más común y vieja de la humanidad. Pero es absolutamente falso. Una mancha de mora se quita con paciencia, con un tiempo de duelo que suele durar unos dos años (no os horroricéis, está comprobado) y mucha calma para poder analizar con retrospectiva lo que ha impedido que esa relación funcione, no desde el foco de culpabilizar al otro, sino desde nuestras (imposibles) exigencias internas.

La mejor terapia de pareja es empezar por abordarse y tratarse uno mismo los bloqueos propios (Ver artículo: ¿Por dónde empezar a ordenar nuestras emociones?”). De ninguna manera podemos pretender hacerle un plan de mejora al otro. Darse mutuamente espacios de soledad, o de divertimiento, no tiene porqué suponer una amenaza para la pareja. Esos espacios son altamente recomendables para descansar de nosotros mismos y reconectarnos con la confianza en la pareja. Más vale echar de menos que echar de más.

 

“Amar no es mirarse el uno al otro sino más bien mirar ambos en la misma dirección”.

Antoine de Saint-Exupéry

 

La llegada de los hijos

La llegada de los hijos vuelve a cambiar radicalmente las relaciones afectivas en la pareja. Todos tenemos esa visión bucólica y romántica de que la llegada de un bebé refuerza el vínculo. Por desgracia, no siempre es así. La llegada de un bebé suele agudizar los conflictos de pareja porque desplaza siempre el orden de prioridades y de afectos en un hogar.

Toda la atención de la madre se focaliza en la crianza y, la pareja, que antes ocupaba el primer lugar, pasa a un delicado segundo plano. Todas las atenciones son para el recién llegado, los cuidados, la estrategia familiar gira en torno a él. La madre ya no está “tan” disponible para compartir actividades con su partenaire. Está más cansada, más ocupada, más estresada, más sensible, con las hormonas colocadas en otro sitio, con los miedos antiguos y los nuevos de madre a flor de piel.

Y ocurre algo también de forma paralela: consciente o inconsciente, la relación de las nuevas madres con sus propias madres, se pone a revisión, sobre todo para mujeres que perdieron a su madre a una edad temprana o cuyas relaciones fueron muy difíciles y conflictivas. La maternidad puede ser la toma de contacto con un duelo silente que va a repercutir directamente en la relación de pareja.

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Las relaciones familiares con la familia política y con la propia se intensifican disparándose, si existen previamente, las diferencias. Los consejos y las ingerencias de los abuelos de una y otra parte pueden generar graves conflictos en la pareja.

Los problemas con nuestra pareja se pueden intensificar, porque existe un motivo más de discusión sobre todo lo que rodea al bebé y su educación. Por lo general, las madres toman las riendas de cómo hay que hacer las cosas con los niños, dando poco espacio y poder de decisión al padre. Si el padre quiere involucrarse directamente en aquellos cuidados reservados por tradición a la mujer, se va a enfrentar con todo tipo de críticas y menosprecios. “Ya duermo yo al niño”; “no le pongas así el pañal”; “como se te ocurre ponerle esto”. Si además ya le hemos relegado al segundo puesto, cosa que no debe suceder nunca pero ocurre casi siempre, estamos poniendo en serio peligro la relación sentimental por no validar la manera de cuidar del otro.

Si la pareja no tenía una buena relación previa o tenían una relación conflictiva, los hijos pasan a ser objeto de manipulación entre ellos.

Las mamás empiezan a meter al niño en la cama para dormir. ¿Quién se va del lecho conyugal?. El padre. Si la mamá da pecho y no tiene ganas de hablar con el papá, ¿a quién pone como excusa para no estar disponible? Al bebé. Si alguno de los padres no se encuentra bien emocionalmente con el otro, volcará en el hijo o la hija todos los afectos que le hubiera gustado recibir de la pareja, convirtiendo a los hijos en pequeños “esposos” o “esposas”. Lo cual genera una responsabilidad que no les corresponde a los hijos que se ven con el “encargo emocional” de sostener lo que los adultos no pueden o no saben. De ahí los futuros niños y niñas de papá y mamá, que tendrán serias dificultades emocionales para tener una pareja estable en la edad adulta.

No dar permiso a los hijos para que se parezcan a los progenitores

No solo sucede que utilizamos a los hijos para volcar nuestras carencias y necesidades emocionales, sino que muchas veces, no les damos permiso para que se parezcan a su padre o a su madre. “Hijo, haces esto igual (de mal) que tu padre”. “Hija, tienes las mismas (feas) manías que tu madre”, o cualquier otro reproche similar. Nos olvidamos de que esos niños son el resultado genético de la unión de dos personas. Estamos culpabilizando y avergonzando a nuestros hijos de parecerse a una de sus mitades. Les dividimos. Sentirán una ruptura dentro de sí mismos si se parece a su padre o a su madre.

Los niños quieren ser queridos por ambos padres. Por lealtad al padre o a la madre, intentará seguir los deseos de uno u otro, pero esto le causará una gran división emocional que le traerá consecuencias muy graves, alterarán su comportamiento (enfados, travesuras, mal rendimiento escolar) y de hecho, desarrollará lealtades inconscientes hacia el progenitor al que no le está permitido amar. No se puede obligar a un hijo a que tome partido o se convierta en juez de una desavenencia conyugal. Un hijo siempre necesita identificarse con ambos padres, sean como sean, porque son los suyos y, en el fondo de su corazón, siempre les querrán. Querer llevar a los hijos a su propio terreno es la mejor garantía de volverles locos y de debilitarles para el resto de sus vidas.

 

“Un hijo no debe conocer detalles que sólo pertenecen a los padres”.

Bert Hellinger

 

Muchos niños que no estudian, que son rebeldes, que hacen gamberradas, que se hacen pis en la cama, están mostrando claramente los trastornos que existen entre sus padres. Rápidamente reprochamos a los niños actitudes que somatizan el comportamiento de la pareja. Los hijos siempre muestran la relación que existe entre los padres a través de su comportamiento. A veces llegan incluso a enfermar por no soportar la tensión emocional. Sugiero la lectura del maravilloso libro de Jirina Prekov, gran experta en la terapia de vinculación: “Si supieran cuanto los amo”.

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“Nunca un divorcio había sido tan fácil como hoy. Eso sí: solo para los adultos. Los niños pagan siempre con un gran dolor la ligereza con que se realiza un divorcio”.

Jirina Prekov

 

Jirina no sólo se refiere a un divorcio legal, sino al divorcio interno de la pareja. Por eso es tan importante que nos centremos, como adultos, en nuestras emociones. Tenemos que someternos a vigilancia constantemente, y cuando existen hijos, es muy fácil detectar que estamos mal, porque los niños rápidamente muestran comportamientos extraños o rebeldes. Lo primero que tenemos que hacer cuando llega un niño al hogar es respetar el orden de llegada. Si dejamos al padre en segundo lugar y al último en llegar le damos el primer puesto, estamos creando un gran desorden en la armonía del sistema familiar en el modelo de roles que adoptarán nuestros hijos en sus futuras parejas.

Nuestros niños van a aprender a tratar exactamente igual a sus parejas, tal vez no en ese mismo formato, pero reproducirán también esas conductas a su manera.

Por ejemplo, si la madre trata a su marido como un niño pequeño al que repetirle constantemente como se hace cada cosa (porque todo lo hace distinto a ella), al que vestir (comprándole hasta los calzoncillos) y del que quejarse porque “no hace las cosas como debería hacerlas”, obviamente sus vástagas harán lo mismo. A lo mejor no le comprarán los calzoncillos o le dirán cómo vestirse, pero se meterán en otro tipo de decisiones parecidas. Tratar a la pareja como a un hijo hace que los hijos se busquen, no a un igual adulto, sino a alguien con quien repetir lo aprendido, en versión más moderna. Y por supuesto el origen de ello es haber visto a nuestros progenitores tratar al otro como un niño.

Mantener una pareja saludable

Mantener una pareja saludable requiere muchos esfuerzos, que nadie se engañe. Es fundamental respetar las consignas que he mencionado anteriormente:

En primer lugar, nunca elegir a nuestra pareja desde la carencia emocional, nuestros duelos, nuestra carencia económica ni nuestras expectativas para no caer en el victimismo.

En segundo lugar: anteponer siempre a nuestra pareja y respetarla para garantizar un desarrollo físico y emocional sano en los hijos. He oído a muchas madres decir que querían más a sus hijos que a sus parejas. Si primero no se quiere a la persona que facilitó la llegada de esos hijos al mundo, si no se la respeta y da el reconocimiento que se merece, se producirán fracasos de pareja y desórdenes en los niños a la hora de elegir ellos a sus propias parejas.

Por último, debemos hacernos siempre responsables de nosotros mismos y de nuestras decisiones.

Evolucionar en pareja significa en primera instancia evolucionar nosotros mismos y acompañar, observar y respetar el proceso de la otra persona. Pero nunca jamás hacerse cargo ni responsable del proceso de nuestro acompañante ni pedirle a que se haga cargo del nuestro propio.

 

 

 

 

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